Por Margarita Romero
Debo empezar diciendo que la realidad de Venezuela no fue siempre así. Hasta hace unos 5 años aún habíamos ingenuos que pensábamos que las cosas iban a solucionarse pronto, o que de una u otra forma podríamos salir de esta. Nuestra realidad era otra, pero henos aquí en el año 2017, luego de 18 años, y aún nada pasa.
En Venezuela existen dos tipos de pensamientos, el de aquellos que sienten y tienen una fe inacabable; y el de aquellos que piensan que esto durará por siempre. Debo decir que me encuentro entre los primeros, pero en ocasiones es difícil no sentir como los segundos, ya que siendo una persona joven en mis apenas 24 años de edad, me veo atrapada y estancada en esta realidad.
En retrospectiva, recuerdo que hace unos 5 años yo aún pensaba en hacer mi vida en mi país, junto a mis amistades y familia, pero poco a poco ese círculo se fue achicando. Sé que muchos pensarán que se debe al hecho de que a medida que uno crece los amigos van disminuyendo y los círculos de amistades se vuelven menos extensos, y quizás si sea en parte por eso, pero en su gran mayoría mis amigos se han ido del país en busca de nuevas fronteras, de oportunidades de vivir una vida tranquila.
Hace nada menos que 4 días despedí a mi hermana menor. Aún se me achica el corazón porque a pesar de que se que no nos despediremos de por vida, si lo haremos por unos cuantos años. Lo que me viene a la mente cuando pienso en ella en estos momentos, mientras escribo este artículo, es el rostro de desolación que tenía mi madre cuando su niña más pequeña subió a ese autobús para no volver, huyendo de la violencia y la desesperanza. Es un rostro que jamás se me borrará de la mente.
Quisiera decir que estoy feliz porque muchos de mis conocidos y familiares han logrado emigrar (cosa que no es nada fácil), pero no es del todo cierto. Quisiera tenerlos aquí conmigo, viviendo mis alegrías y tristezas al mismo tiempo que yo vivo las de ellos en Venezuela, el país que nos vio crecer. Sé a ciencia cierta que ellos sienten del mismo modo. Todos quisieran estar aquí y no pueden, no si quieren una vida plena y tranquila.
Sé que muchos pensarán que quizás exagero en este aspecto porque, en otras culturas, los jóvenes dejan sus hogares a muy temprana edad para abrirse camino en la vida, y no ven a sus familias si no tal vez una vez al año. Sin embargo, debemos entender que nosotros los latinos y hablo específicamente de los Venezolanos, tenemos una cultura que nos enseña que en la unión está la fuerza, que los 24 y 31 de diciembre son para la familia, para compartir nuestra comida típica y tradiciones, que en los cumpleaños hay que reunirse y al menos “picar una tortica”, que los fines de semana son para hacer sancochos con los amigos y beber un par de tragos; nosotros no conocemos la soledad, o no la conocíamos hasta ahora.
Otro aspecto que pienso a diario es que, si efectivamente esto termina en 1 día, 1 mes, 1 año o 1 década, no habrá quien reconstruya este desastre, ya que la gente preparada y joven, con ánimos y fuerzas para invertirle a este país se han ido, desde ingenieros hasta médicos, contadores, abogados, licenciados, y pare usted de contar. Entonces, ¿quién quedará para reconstruir lo que quedará?
Venezuela es un país joven, como lo dice frecuentemente uno de nuestros mejores comediantes. No habíamos conocido el verdadero sufrimiento y quizás por eso es que ahora estamos atascados en este trance sin saber qué hacer. Somos gente ingenua y jovial que a pesar de estar “pasando las de Caín”, seguimos sonriendo y echándole ganas a la vida. Seguimos de pie y luchando cada día, con la esperanza de que mañana todo será mejor.
Soy Venezolana hasta en el último centímetro de mi piel, por eso no me rindo, por eso sigo luchando con fe, rezando cada día y siendo mejor persona para no seguir esparciendo esa semilla de dolor que nos tiene ese gusto amargo en la boca. Estoy segura de que este sufrimiento acabará, más temprano que tarde, y volveremos a ser lo que alguna vez fuimos. Y que aunque me vaya a otro sitio, aún seguiré siendo tan orgullosamente Venezolana como lo soy ahora, porque el que se va, deja la piel en esta tierra.